El albergue de Nájera es muy sencillo. Es un gran sala diáfana con literas dispuestas en tres filas. Tiene capacidad para casi un centenar de peregrinos. Cuando está lleno, como nos ocurrió esa noche, resulta un poco agobiante.
Mucho ruidos, olores y humanidad...pero como ya acumulábamos cansancio de los días anteriores, descansamos bastante bien, dentro de lo esperado. Tiene cuatro duchas y el agua caliente es por caldera eléctrica. Hay que ducharse pronto porque los últimos en hacerlo solo les queda el agua fría (como pude comprobar en mis tiritantes carnes). No tiene precio fijado, es sólo con donativos de aportación voluntaria.
Tras esperar en la cola del exterior durante una hora, nos acomodamos. Mis compañeros de viaje se apresuraron a ducharse, pero yo preferí evitar los agobios y colas de la primera hora y dejarlo para la tarde (craso error, por lo comentado de la caldera).
Luego, salimos a comer a un restaurante cercano que nos ofreció un opíparo y económico menú del peregrino.
Callejeamos por Nájera para bajar la comida.
Vimos algún monumento como la Iglesia de Santa Cruz:
Y el principal que es el Monasterio de Santa María la Real, de 1502,

con un célebre claustro, el de los Caballeros, de estilo plateresco

y la Iglesia gótica, con el Panteón Real y la tumba de Blanca de Navarra.

De regreso al albergue, nos echamos una merecida siesta. Yo también, después de mi tonificante y gélida ducha.
Mientras, B descubre su vocación artística, haciéndose varios autoretratos:
Por la noche, una rápida salida para cenar ligero y retornar a nuestras literas. Antes de las 22:00 ya estábamos durmiendo, preparados para acometer la etapa siguiente.
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